domingo, 6 de febrero de 2011

De madrugada os rapaces tamén acababan bailando coas orquestras

Regentó la única sala de fiestas de A Fonsagrada durante los últimos años de la etapa dorada de estos locales

Benigno Lázare, Lugo, La Voz. Noticia completa aquí.

Luis Valledor lleva 35 de sus 49 años en la hostelería y una etapa importante la pasó aturando el mundo de la noche, al que no le apetece regresar. Hoy está refugiado en el tranquilo Bar Cantábrico, un clásico de la villa fonsagradina, pero durante 13 años tuvo la única discoteca que había en la parte norte de la montaña lucense y en la comarca limítrofe asturiana. Valledor y su socio, Pedro Viadé, recogieron los frutos de las últimas grandes cosechas que dieron las salas de fiestas en su época dorada.

Eran tiempos en los que la gente joven de A Fonsagrada y su comarca, Grandas y Oscos trasegaba en una sola noche una carga completa de la camioneta que suministraba el brebaje, y en un año pulía 40 millones de pesetas (240.000 euros). En los menos de 500 metros cuadrados de la Discoteca Sala de Fiestas Airiños se podían apiñar en un fin de año 1.300 almas con sus respectivos cuerpos. Entre enero y diciembre pasaban cerca de medio centenar de orquestas, es decir, todas las más conocidas de Galicia. Cuando los pub empezaron a proliferar por todos los rincones y la gente joven comenzó a escasear, Luis y su socio realizaron una fuerte inversión para modernizar el negocio y tratar de retrasar su declive, pero al cabo de año y medio lo vendieron. Ahora el local en el que varias generaciones hicieron manitas y arrumacos es un almacén, y su antiguo dueño regresó a los orígenes, al bar de vinos y bocadillos en el que empezara a trabajar en 1975.

«Comecei traballando con 14 anos aquí no que teño agora, o Cantábrico; logo marchei e tiven un pub e ao regresar da mili tiven a discoteca desde o 1990 ata o 2003, cando a deixei e viñen para este bar». Luis aclara que a la hora de tomar los vinos la gente queda «no Cantábrico pequeno», aunque las confusiones no son frecuentes porque al otro, el Restaurante Cantábrico, todos le llaman Bolaño.

Pese a que hoy no se siente con ánimos para regresar a los horarios nocturnos y de madrugada, en aquella época no le supuso una novedad regentar una sala de fiestas porque a través del pub ya estaba metido en el ambiente y era un profesional conocido. «A experiencia foi moi boa porque coñecía a noite e era moi colega do socio que tiven despois e animámonos a coller a sala de festas. Ademais, traballabamos con xente xa un pouco maiorciña, de 25 anos para arriba, e non había a rapazada que hai agora nos pub».

Los folloneros, bajo control

El método generalizado de selección de la clientela era la entrada que había que pagar. De todas formas, Luis Valledor conocía perfectamente a todos los folloneros, que tampoco eran muchos. Dice que en general la gente era noble y cuando había algún conato de problema se debía a alguien que se había pasado con el alcohol o a dos o tres liantes, que acababan haciendo caso o que terminaban de patitas en la calle. Nunca tuvo que vetar la entrada de nadie de forma sistemática, pero a los que tenía fichados les hacía una advertencia cuando entraban. Alguno todavía se lo recuerda ahora y los que por entonces no entraban por no tener la edad suficiente, se lo echan en cara. «Como me coñecían, respetábanme bastante e facíanme caso aínda que non teño o aspecto do típico porteiro de discoteca porque mido 1,60 e non son Tarzán».

El día fuerte de Airiños era el sábado, pero también habría los festivos y durante un tiempo, los jueves y los domingos. Todos los sábados tocaba una orquesta, que alternaba su actuación con la discoteca. «Aos rapaces máis novos gostábanlles menos e criticábanas, pero de madrugada tamén acababan bailando coas orquestras».

Por término medio, un sábado normal la sala de fiestas despachaba 500 o 600 entradas en taquilla. Los hombres pagaban sobre 600 pesetas con derecho a una consumición, y las mujeres, 400. Los beneficios netos eran de 17 o 18 millones de pesetas (108.000 euros). El 40 por ciento de la clientela procedía de Asturias, de los municipios de Oscos, San Antolín de Ibias y de Grandas de Salime. «Toda aquela xente, que hoxe anda polos 40 anos, casouse ou marchou, e a que veu detrás xa viña coa historia dos pafetos ».

El mito del garrafón

Este hostelero dice que en su establecimiento nunca se usó garrafón. Es más, asegura que nunca le ofrecieron vendérselo y si lo despachó en alguna ocasión fue porque se lo colaron. De todas formas, prácticamente descarta esa posibilidad porque hacía casi todas las compras de alcohol en una conocida firma con almacén en Lugo, proveedora exclusivamente de hosteleros y compradores mayoristas.

Ni se lo ofrecieron nunca ni le interesó rellenar botellas, a pesar de que el volumen de venta era muy alto. Aparte de los licores, en una sesión despachaba 30 cajas de botellas de bebidas de cola y otras 20 de refrescos, además de tónicas, cervezas y otras. «Viña o camionciño do reparto a repoñer e ás veces deixaba toda a carga», recuerda Luis Valledor. Para dar de beber al personal, la plantilla de los sábados era de 11 personas.

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